El pasado 23 de febrero asistí a la conferencia de Christopher Clouder en la fundación Botín: No sin las artes, dentro del ciclo “La educación que queremos”. Es la primera de una serie de ponencias en las que se hablará entre otras cosas, del silencio, el fracaso, la alegría, y la magia de la educación.
La charla “No sin las artes” empezó tarde pero empezó bien. El ponente Christopher Clouder, entre datos, anécdotas y mucha poesía nos habló de la fascinante capacidad de asombro de los niños y las niñas, de que solo ellos la mantienen intacta, de cómo exploran la creación artística a través del juego, de cómo llegan a la experimentación… y todo desde la más pura espontaneidad.
Las criaturas mientras juegan pueden vivir en la imaginación, llenas de alegría, poseyendo todo un mundo entre los dedos de sus manos. Es mágico, y, añado yo, un privilegio ser testigo de ello, ver como se conectan consigo mismos, en armonía. Nada justifica más la crianza que ese momento. Sin objetivos, sin metas, porque el sentido del juego es solo Ser. Y de ahí a la broma de Clouder negando a Descartes: “Pienso luego existo”. ¡Qué gran error! Existimos porque somos, porque sentimos. Es el ser el objetivo, la existencia consciente.
Entre más poemas, se proclamó homoludens, mejor que homosapiens, y justo en ese momento lo que por mi parte había sido una tranquila entrega a su discurso se convirtió en adhesión.
Y después habló de la escuela como centro de transformación de la sociedad, de la educación integral, de la educación humanista: proclamó que el colegio actual no sirve y que está demostrado que provoca sufrimiento (según un estudio en Reino Unido la media de edad de la depresión está ya en los 14 años). Pero hay esperanza, nuevas miradas en diferentes puntos del planeta, miradas hacia la creatividad y el arte como vehículos que pueden cambiar las cosas. También defendió con vehemencia que las escuelas deben “cuidar”, ser creativas, alegres, deben asumir riesgos. En estos tiempos más que nunca, del Brexit, de Trump, de refugiados abandonados a su suerte, las escuelas pueden ser centros de transformación que irradien hacia la comunidad, donde los niños y niñas sean cocreadores del mundo. Me pareció muy interesante este punto de vista de escuela como motor de cambio no solo de la comunidad educativa sino de la sociedad al completo. Colegios críticos y comprometidos. Educación ecológica.
En medio de la charla, se trató sobre algo que considero clave: la diversidad. Para Clouder la riqueza de la diferencia no se debe aniquilar, porque es intrínseca al ser y además, por puro pragmatismo, hay que ser conscientes de que la diversidad promueve el progreso. El colegio actual, con sus exámenes, sus objetivos igualadores, sus metas, busca uniformizar, homogeneizar. El pretender “una talla única” daña y empobrece. Ahí está otra necesaria revolución escolar: el asimilar profundamente la diversidad propia y ajena.
Terminó con otro poema, que leyó dos veces. Nos dejo claro que la poesía es un lenguaje revolucionario que él usa para mostrar, para convencer. Y una frase de Nelson Mandela. «la Historia nos juzgará por la diferencia que hagamos en la vida cotidiana de nuestras niñas y niños”. Aplausos. Volveré a las siguientes ponencias.